21/10/2022

Las Piezas del Ajedrez «¿?»

Por Efraín Esparza Montalvo

En Zacatecas, al igual que en el resto del país, experimentamos un fenómeno extraño, pero bastante predecible: culpar al Gobierno de todo lo malo que sucede, y hacerlo responsable hasta de lo que ocurre en nuestras familias, en el seno de ellas, cuando por alguna circunstancia una desgracia acontece.
La fobia a la clase gobernante se ha instalado como la mejor ocasión de justificar nuestras debilidades, y para descargar las frustraciones que sentimos al vernos rebasados por actos de la delincuencia, común y organizada, a los que también contribuimos a generar.

No estoy culpando a nadie de lo que tristemente sucede todos los días en nuestras calles y en nuestras colonias; tampoco estoy señalando responsables por la falta de atención a un problema que se incubó por lo menos diez años antes; lo que estoy diciendo, es que, en la medida en que todos hagamos la parte que nos toca, en esa misma proporción se transformará nuestro entorno y se generará un ambiente de convivencia que nos conduzca inevitablemente a la paz y a la tranquilidad.

Porque no solamente es la prevención que en lo particular debemos ejercer cada uno de nosotros, sino practicar la empatía, la solidaridad, el respeto, la tolerancia, el amor y hasta la admiración por los demás, por nuestros vecinos, por nuestros amigos, por nuestros compañeros de trabajo, y por qué no, hasta por los enemigos que a veces tan necesitados están de atención y de manifestaciones de afecto.

Si desde nuestros hogares practicamos nuevamente lo que muchos de nosotros recibimos como educación inicial cimentada en valores, estaremos dándole un duro golpe a la descomposición del tejido social, que se alimenta precisamente de eso, de la ausencia de una formación como personas de bien.

Hace algunos años sucedió en el municipio de Fresnillo un hecho deleznable del que mucho se habló por la crueldad y el contexto en que ocurrió. Un hombre en condición de calle, al que la gente llamaba “El Cobijas”, fue roseado con gasolina y luego prendido en llamas mientras dormía en una calle del centro histórico. El hombre lamentablemente murió calcinado, y su victimario, presuntamente ayudado por sus padres, fue sacado del país para evitar enfrentar a la justicia.

Éste hecho causó una profunda herida en la sociedad fresnillense de la que todavía no sana, pues la saña y la alevosía, junto con el apellido del ejecutor, siguen frescos en la memoria de los ciudadanos y a la espera del anhelado castigo.

Han pasado varios años de aquél horrendo crimen, y nada parece cambiar, ni siquiera la obligación que como padres tenemos de vigilar en dónde y con quiénes andan nuestros hijos. Es cierto que no podemos coartar su libertad de recreo porque es formativa y educacional, pero sí podemos en cambio, y a eso los llamo desde mi humilde trinchera, a que eduquemos en valores y a que hagamos sentir la fuerza de nuestra presencia.

No es culpando al gobierno de todo cuanto sucede, y sacando nuestras frustraciones, por legítimas que sean, como vamos a cambiar la cruda realidad. Necesitamos más bien hacernos responsables del entorno donde tenemos influencia, y asegurarnos de que, lo que afirmo, tiene bases sólidas y no es producto de la animadversión.

Esto último lo digo por el más reciente hecho de violencia, entre particulares plenamente identificados, en los que lamentablemente perdió la vida un jovencito preparatoriano de la UAZ, y del que dolosamente se pretende inculpar a toda una familia.

Me duele la partida del muchachito, porque, aunque sé que nadie experimenta el dolor de los deudos, sé que sufren inmensamente por lo sucedido y merecen todo el respeto y el amor que uno les pueda proporcionar, y por eso los abrazo con todas mis fuerzas; pero me duele también que se dañe impunemente el buen nombre de la familia cuyas cabezas, me consta, se están partiendo el alma por cambiar la triste realidad que nos heredaron, y que, estoy consciente, mucho tardará en llegar.

Hasta la próxima.

Columnista.

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